THE TEA BREAK

Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.

La mujer se levanta del sofá. Ha pasado horas dejando escapar la soledad sobre los álbumes de fotografías que le devuelven imágenes de una vida. Recuerdos cada vez más desgastados. Como su propia historia, apenas hilvanada a los pocos momentos que le devuelven las viejas instantáneas.

 - ¡Adelante! La puerta está abierta- indica

-Querida, tú siempre tan confiada ¿no tienes miedo a que entre alguien con malas intenciones? -

-¡Que sorpresa! Pasa Matilda ¿malas intenciones en este pueblo perdido? Si incluso el tren correo ha borrado esta dirección de su recorrido por las noticias epistolares.

¿Un té, querida? acabo de poner la tetera al fuego- ofrece la mujer mientras se dirige a la cocina con marcada pesadez. Las piernas cada vez le responden con mas desaire; le dicen a gritos que tiene que cuidar el peso y sacudirse el polvo de la desidia. Pero ¿para qué?

La visita se desprende de su abrigo de terciopelo verde. Los años se han agarrado a la tela haciendo desaparecer el esplendor de la prenda, si alguna vez lo tuvo. Tres botones son de madera y dos han aparecido para socorrer los huecos dejados por la pérdida de los originales. Ahora todo se ve en tonos grises y negros.

Matilda, mediana edad. Sus grandes y vivos ojos cuentan la historia de una mujer que dejó sus aspiraciones enredadas en el tul de una boda prematura. La curva de su vientre delataba los motivos. Cinco hijos y quinientos poemas conforman su vida desde ese día en el que la prueba de la rana tomo las riendas de su destino.

Ella y la dueña de la casa son amigas desde la infancia. Inseparables, de jovencitas volaban con las formas de las cometas, soñando con abandonar este pueblo al que, por no llegar, no llegan ni los días ni las noches. Ni las estaciones climáticas que pierden el rumbo cada vez que se acercan a sus lindes. Nada, nada ocurre en esas calles polvorientas. En los negocios ensombrecidos por el tedio de sus dependientes, se ha parado el tiempo. En las casas los vecinos están, sin más. Así transcurren los días en ese pueblo dormido bajo un cielo sin retorno donde solo pasa el olvido.

Nadie sabe cómo llegó hasta aquí. Nadie recuerda la historia de sus fundadores. Nadie cuenta cuentos de héroes y villanos. Nadie canta nanas a los niños.

-Gracias dear, es el mejor momento del día; tu té es magnífico y la receta de los emparedados única. Me la tendrás que desvelar en algún momento- casi suplica a la dueña de la casa por esa fórmula mágica.

- Eso sería un sacrilegio. Levantaría a mi madre de su tumba- ríen las dos amigas recordando el celo con el que Miss Daisy guardaba el secreto de esos bocados que le habían dado tanta fama en el Club social de la parroquia

Aromas de té, de conversaciones banales, de minutos robados a la nada cotidiana. La mujer vuelve a las páginas de lo único que le une a la vida; esas imágenes que le devuelven voces y momentos de lo que un día fue su vida. Nunca tuvo a nadie bajo el mismo techo con quien compartir algo más que té y bocaditos de las cinco. Ni siquiera ese pájaro que llamó con el ala herida a su ventana un frío día de ¿cuándo? Lo recogió y lo cuidó. Sano rápido y tal como vino, se fue; volando en esa nada que seguía su camino.

-¿Has visto que todo el mundo habla de nosotros? Lo llaman el Milagro de Jaywich. Según cuentan, aquí, en nuestro pueblo olvidado de toda creación, vive la única persona que ha sobrevivido - Matilda baja la voz. Aparece el miedo en su tono - a la destrucción del todo.

-¡Por Dios y todo su poder!- responde alterada la mujer- Pero ¿no estás tu aquí conmigo? No debes hacer caso a esas mentes retorcidas ¿Otro emparedado? Y para que te calmes, toma, la receta de mi madre.

-¡Ay virgencita del rosario!- casi gritando, la amiga recoge un papel con letras pequeñas, bonita caligrafía de escuela Montessori. Con un ritual casi religioso pasa los dedos sobre las letras- Es el mejor regalo de toda mi vida. Eres única dear ¿cómo puedes negar que eres el milagro de Jaywich?

La mujer cierra los ojos. Parpadea y recoge una lagrima con la yema del dedo antes de que se precipite sobre su eterno suéter de Cashmere. El regalo que Matilda le hizo en el último cumpleaños que compartieron.

Cierra el álbum, instantáneas de vida. Se levanta torpemente del sillón y cierra la puerta- A estas horas ya no va a venir nadie más- se dice la mujer mientras despacio y con el alma vacía, vuelve al gris oscuro de su nada cotidiana.

Last modified onMonday, 12 September 2022 00:38

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