LIBRO VIAJERO

Solo las cuerdas de tender la ropa le separaban de aquellos ojos que se habían convertido en el alba de todos sus días. Justo un mes antes del penúltimo confinamiento, el nuevo inquilino del bloque de enfrente, alquiló el piso de Rosa.

Durante ese paréntesis en el que se había acotado (una vez más) la vida del mundo entero, había cruzado miradas con él de ventana a ventana, después gestos, risas. Pasaron de los buenos días a las conversaciones manidas de vecino a vecino. Más tarde fueron anhelos, sueños, puntos comunes e incluso desencuentros. Días de celebraciones intercambiando por las valiosísimas cuerdas del tendedero, menús cocinados en la soledad de sus pisos, pensando la una en el encuentro del otro.

Cada mañana, despertaba con sus ojos clavados en el corazón. Inmensos, inescrutables. Por momentos fríos como las pupilas amarillas de los caimanes. Por ráfagas, fogosa y ardiente transparencia mediterránea, en los que Lucía se perdía cada día un poquito más, un poquito más.

-“Han pasado casi cuatro meses y se cómo se llamaban tus padres, el nombre de tu primer amor, del perro que recogiste de la cuneta casi muerto. Pero todavía no sé tu nombre”- Le dijo ella uno de esos días que pasaron sin nombre propio, mientras compartían más que conversación de cuerda a cuerda.

-“ El día que pueda susurrártelo al oído, lo sabrás”- le contestó él, mientras alzaba la copa de merlot con la que brindaron para aturdir a las horas que pisaban perezosas calle abajo.

Una tras otra pasaban las mañanas, las tardes, las noches y Lucía sentía, cada vez con más seguridad, que iba ocupando el espacio que su vecino de ventaba le había ofrecido en su corazón. Ya no podía pensar en otra cosa. Atrás quedaban las recetas de pan con masa madre, las clases de yoga e incluso se había movido al ritmo de esas endiabladas coreografías de Bollywood. No importaba si la cama quedaba sin hacer, que el gato buscara los restos de la cena en la basura o si el contenedor de la ropa sucia se desbordara en cataratas de algodón y poliéster. Solo vivía para fundirse en cada momento con el intenso garzo de sus miradas y el brillo de sus insinuaciones.

-“Cuando nos dejen salir, serás toda mía. Yo te daré todo lo que necesites. Desataré la soledad y la tristeza que llevas hace tanto tiempo enredada en los tobillos. Lucia, solo mía”-. Le decía entre estrellas y oscuridad cada noche antes de cerrar la ventana.

-“Solo tuya”- Se repetía Lucía entre la desbordada luz de la primavera y los olores de la mañana. Todo era perfecto de lado a lado de la estrecha calle que los unía y separaba en la distancia de los cuerpos.

Y por fin llegó ese día tantas veces anhelado y soñado entre sábanas húmedas; por fin se abrieron las puertas de la vida, de sus vidas. Lucía bajo apresurada las escaleras de su atalaya y pletórica como niña el día de reyes, jugo con él a acariciarse las manos, los ojos, el contorno del rostro, los labios. Y locos de placer, saltaron por la calle abajo. Pisaron charcos, flores, y muchas, muchas mascarillas. Terminaba una gran prueba para la humanidad, otra más. Y Lucía comenzaba un viaje que cambiaría su destino; él acaba de entrar como caballo desbocado en su vida. 15 mayo, esa fecha quedó tatuada a fuego en su alma.

Last modified onSaturday, 05 August 2023 09:43

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